martes, 30 de septiembre de 2014

Ande yo caliente


“No es una camisa o unos simples pantalones, es lo primero que ven de ti. Tu símbolo de identidad, tu bandera diaria. Cuando la haces tuya, no importa el precio ni la marca. Su color, su forma y su aspecto te definen. Tu ropa eres tú”

Así comienza el anuncio de un conocido detergente. Ya he comentado alguna vez que en ese sentido soy un poco desastre: sólo me arreglo cuando tengo que salir del barrio, de otra manera, me verás con la ropa de andar por casa. Y con esto no te imagines las cucadas de las tiendas de ropa íntima del estilo pasaba por aquí en desabille y me puse esta chaqueta de ochos de mi chico; me refiero a los modelitos más anti morbo del mundo, ejemplo de lo que no se puede hacer en cuestión de estilo. ¿Has visto en las revistas fotos de Britney Spears saliendo de casa sin arreglarse? Pues peor.

Ahora que viene el mal tiempo, me excita la sola idea de pensar en llegar a casa y enfundarme el chándal o el pijama de puños, a poder ser de franela, la camiseta por dentro del pantalón y sellarlo térmicamente del todo por debajo con calcetines gordos, para rematar el look echándome por encima mi adorada chaqueta de lana espantosa llena de pelotillas, ¡pero es que es tan cariñosa! Ya en una categoría superior de placer, está lo de abrigarme con mi batamanta, que fue creada genéticamente por científicos del ejército Huesca sólo para mi confort y bienestar supremo. Mi entorno me critica bastante por ello, pero me la toca en la misma medida. Y añadiré que no me preocupa lo más mínimo tener que salir de semejante guisa a la calle a sacar al perro, a la compra, o recibir a las visitas así. Entonces, ¿en qué lugar me deja este anuncio?

Yo dentro de unos años...
Dicen mis amigos que con estas pintas jamás pillaré nada, pero ni si quiera un resfriado. Yo en cambio siempre he tratado de defender la idea de que quien me quiera, tendrá que quererme tal cual soy. Conozco el caso de una persona que bajó en bata a comprar tabaco y se encontró a alguien en las mismas circunstancias y surgió el flechazo. De hecho, pienso que ese atuendo es símbolo de confianza, e implica mucha más intimidad que aceptar al otro como amigo en Facebook o darse el número de teléfono, porque con el pijama o la ropa de estar por casa, no hay posturas, dobleces ni predisposiciones posibles. ¿No sería entonces ideal conocer al hombre de tus sueños, precisamente con la ropa con la que te vas a la cama a soñar? Y qué narices, dudo que Ewan McGregor vaya a estar esperándome en la cola del supermercado, las cosas como son.

Si la ropa me define, en ocasiones soy una desidiosa. Si transmite información porque suele ir acorde con nuestra personalidad y/o estado de ánimo, puede que esté en apuros, lo admito. Así que le pedí ayuda a una amiga que tiene mucho estilo y mucho arte en eso del vestir, y la dejé que hiciera limpia en mi vestuario mientras yo me encontraba trabajando. Al llegar a casa me encontré con una pila enorme de ropa para dar, y cuatro vestidos colgando tristemente en el armario, más un par de trapitos desangelados en los cajones que se habían salvado de la criba.

- Mari, lo tuyo es una mina. Es que tienes camisetas y modelitos del Festival de Benicassim de 1998, y ya no tienes ni edad ni condición para llevar eso – argumentó sobre su selección.

La gente se piensa que son los lugares, las canciones o los olores los únicos que albergan grandes historias, pero la ropa puede contener un montón de recuerdos, y cuando te encariñas de algo, es difícil dar el paso hacia la separación, porque dentro de ti sientes que una parte se arrepentirá si decides deshacerte por siempre jamás por ejemplo de tu camiseta del viaje de fin de curso de COU, esa con la que duermes cada noche. ¿Y si a partir de ahora tengo insomnio? – te preguntas. Tengo que decir que superar este duro trance no habría sido posible sin la ayuda de una amiga con criterio y determinación como la mía.

Aún así intenté rescatar de la montaña de la ropa repudiada varios modelitos, con la excusa de que me venían bien para bajar a la playa o para estar por casa:

- Vas a la playa a lo sumo 15 días al año así que no necesitas tantas mierdas, y si la ropa de estar por casa abunda más que la de salir a la calle, a ver si es que vas a tener un problema de sociabilidad – Y qué gusto da decir las cosas en confianza, y sin acritud. Para eso están las amigas, claro que sí.

Gracias a mi amiga me he dado cuenta que salir en pijama a la calle como lo hacen los chinos, no es un signo de globalización, sino de dejadez absoluta; que una cosa es que se lleve el estilo homeless, pero eso no es lo mismo que el desaliño. He comprendido más que nunca que la belleza esta en el interior, sí, pero no bajo la costra. Y que se lleva lo vintage, pero en esa categoría no entra un batín añejo que podría quedarse de pie porque después de tantos años ya ha cogido tu forma, ni las camisetas con corte baby-doll que me ponía con 20 años. Y según su opinión, mis caderas, esas que siempre he odiado y tratado de ocultar con vestidos tipo saco de patata, son precisamente lo que más tengo que resaltar, por lo que me preparó varios conjuntos con los que me siento toda una Pin Up. ¡Hola nuevo yo!

Lo cierto es que sus consejos funcionaron. Recuerdo cómo uno de los ligues de este verano se sorprendió en el intercambio de fotos y alabó mi buen gusto a la hora de vestir, diciendo que era el tipo de chicas que alegraban los veranos a los hombres por mi feminidad:

- Chsst, no te confundas - le dije -, que en las fotos me arreglé porque estuve haciendo turismo y salí del barrio, pero normalmente soy la loca que sale a la calle en pijama o sin peinar.

–Agradezco tu sinceridad – contestó -, pero no es necesario que destruyas la magia de cómo te estoy imaginando ni tienes por que contarlo todo.

Yo es que prefiero ir con la verdad por delante, que no me gustan las sorpresas desagradables. Porque los hombres esperan que estemos en casa con un salto de cama y siempre divinas de la muerte, pero si no te atreves a sacar a pasear tu modelito de estar por casa cuanto antes, te convertirás en una esclava de los picardías, del encaje, el satén y otras cosas que no abrigan. Y no hay cosa más terrible que unos pies heladores que te despiertan en medio de la noche.

Reivindico por eso desde aquí mi derecho a poder estar en casa como me dé la santísima gana. Si luego me pinto el ojo, me peino un poco, me quito el “traje de noche” y doy el pego; soy como las celebrities después de pasar por el photoshop, solo que sin ordenadores de por medio, ni trampa ni cartón. Cuanto más zarrapastrosa vaya, más gustera me da después arreglarme, y mira, así también sorprendo pero de manera más positiva, que digo yo que esto será mucho mejor, aunque en el vecindario estén convencidos de que tengo una hermana gemela mona y apañada.

Luego está el tema de las bragas, pero éste merece un capítulo aparte.

¿Somos realmente nuestros pantalones, o la mierda cantante y danzante del mundo?



miércoles, 24 de septiembre de 2014

Rawro rawro


Soy la procastinadora inquieta. Porque he pretendido hacer muchas cosas antes de marcharme a trabajar, pero al final he ganduleado básicamente. Amanecí con un punto optimista, eso sí, y me dio por intentar alimentar a las mariposas del estómago charlando con los matches actuales del Tinder. Como no me salía, porque sospecho que no me queda nada dentro y que ya no me creo a nadie, me puse a alimentar el estómago, pero me he dado cuenta de que así tampoco crecen las dichosas mariposas, que lo que está creciendo es otra cosa.

En los apartamentos en los que últimamente echo demasiadas horas de trabajo, viví un momento “Lost In Translation” al tener que entenderme con una china que hablaba en inglés de aquella manera: “Ai jaf a fifa, ai jaf a fifa” – decía ella. “You have a FIFA? What is what you are asking for?” – no me podía creer que la china me estuviera preguntando por algo de fútbol mientras yo le enseñaba en el mapa dónde estábamos. “A fifa jir, nou nid for shogüin me enizing”. Supongo que quería decir que tiene una amiga que le dará indicaciones de la ciudad. Por curiosidad acabo de consultarlo, y según el traductor de Google, una fifa en chino es Guójì zú lián, así que vaya usted a saber lo que ha venido la china a hacer en Madrid y con quién.

Con eso de que hoy empezaba el otoño, anoche saqué unas lentejas que tenía guardadas en el congelador desde el invierno pasado. Y de momento no me he muerto, ni por haberme tomado unas lentejas probablemente pochas, ni por el hecho de que después de ochocientosmil días diluviando y haciendo frío, me pareciera buena idea estrenar el otoño así, con una comida altamente calórica, pero hoy habrá hecho unos 30º de temperatura y sol radiante. El veranillo de San Miguel siempre ha tenido mucha guasa.

Llevé a mi perro al veterinario, a vacunar y a cortarle el pelo. El peluquero perruno me miró mucho y me trató diferente, como si no me conociera; con demasiada delicadeza, no sé. Luego he caído en la cuenta de que a pesar de que no suelo arreglarme a no ser que salga más allá del perímetro de mi barrio, hoy iba con el ojo pintado y perfectamente aseada, y así me he presentado en el veterinario. He llegado a la conclusión de que creo que no me ha reconocido y que se ha pensado que yo era la hermana mona de la dueña de Indo, esa que seguro que es amiga de la loca que alimenta a las palomas y de la otra que vive con 40 gatos. Así que he decidido que mañana la que va a la peluquería soy yo, que esto no puede ser.
El resultado de la consulta con el veterinario, es que mi perro pesa 400 gramos más que antes de las vacaciones, que teniendo en cuenta su peso, es como si hubiese engordado 4 kilos este veranito. ¡Anda, como yo! Si es que cada día se parece más a mí.
Y mirando las fotos del antes y del después, lo cierto es que luego siempre me arrepiento de cortarle el pelo, porque le dejan como muy perro de postín, y me gusta más despeluchado y asilvestrado (¿como yo?), por lo que espero no salir llorando de la peluquería mañana cuando me peinen de PePera, como siempre.

Por la tarde me ha llamado por teléfono una de mis blogueras favoritas, que vive fuera de España y ha venido a pasar unos días por Madrid, así que con eso de que hemos intercambiado unos emails, hemos decidido pasar al plano real y vamos a conocernos. La verdad es que me hace mucha ilusión desvirtualizar de nuevo a alguien, como hace muchos años, cuando escribía en un foro de música del que salieron muchos de mis mejores amigos que aún conservo. Igual de este encuentro sale un viaje a Marruecos, y me encanta.

Ya en casa por fin he atacado uno de los armarios, y me he encontrado un montón de tesoros que no sabía que tenía: una vajilla de porcelana fina y ribete de plata monísima, el juego del “Quién es Quién”, o un collage precioso que hice en la época en la que vivía en Barcelona que igual vuelvo a colgar en algún rincón de la casa. También encontré unos auriculares estupendos sin estrenar que me regaló mi abuelo hace tropecientos años por Reyes, el tren eléctrico que tenía mi padre cuando era pequeño  y cochecitos antiguos. En esa misma caja, había otras pequeñitas de “Phosphorrenal Inyectable” en las que pone que “es un poderoso reconstituyente necesario en la anemia, neurastenia, afecciones del pecho y en general en todas las enfermedades en que un organismo debilitado necesita un reconstituyente muy activo”, y pensé que igual me venía bien ese reconstituyente para ponerme las pilas, pero al final dentro de la caja había soldaditos de plomo; y bueno, que en las cajitas de pastillas también ponía que caducaban 1964. 

El jueves por fin le voy a poner remedio a mis humedades; tengo una cita y ya me han dicho me van a hacer un boquete, así, sin más. En el techo y en el armario, claro, para ver de dónde vienen las humedades y las goteras que han hecho que salga moho en ese armario trastero. 

Y para rematar el día, me he enterado de que partir del lunes parece que se acaba mi suplicio de los apartamentos y que podré dedicarme a lo que de verdad me tengo que dedicar y estoy que no me lo creo, y además resulta que Alberto Ruiz-Gallardón dimite y abandona la política tras la retirada de la reforma de la ley del aborto, y cuando lo he leído casi que tampoco me lo creo.

¡Ay! Ha sido todo muy raro e inesperado. Y si son cortinas de humo, si se queda en promesas incumplidas o en planes que no cuajan, al menos hoy todas estas cosas me han hecho tener un buen día. Cuelgo yo. Buenas noches.


lunes, 22 de septiembre de 2014

Vuelta


“Pues cuando vuelva en septiembre, estaré más delgada, más morena, con el pelo más rubio y mucho más mona”. Eso es lo que les prometí a mis amigas aquel verano que daba paso al comienzo 7º de E.G.B. En un colegio tan pijo y elitista como el mío, en el que eras más cuanto más tenías o más conquistas acumulabas y si no te hacían la vida imposible, una no podía regresar a clase sin deslumbrar ni poder presumir del destino soleado en el que había pasado el verano con pruebas fehacientes. Así que dos días antes de empezar las clases me hice con una crema auto-bronceadora que guardaba mi madre, me apliqué aquel invento que servía para decolorar el bigote sobre las cejas y el flequillo para parecer más rubia, y asumí que con mis lorzas no había mucho más que hacer en tan poco tiempo, aparte de meter tripa. 
Tengo que decir volver al cole con la piel de color Cheetos y encima a ronchas, con las cejas transparentes que traté de disimular con un rotulador que se corría cuando sudaba, y con más kilos de más, desde luego que no fue la mejor de mis ideas. Epic fail.

Nunca pude competir en ese sentido, y el comienzo del nuevo curso para mí siempre suponía un previo de miedo, de ansiedad, de pereza máxima y ganas nulas de enfrentarme a la vuelta. Y por supuesto un post de frustración. ¡Con lo bien que estaba de vacaciones!

No, nunca me gustó septiembre y aún hoy lo veo como un mes cargado del miedo que supone enfrentarse a emprender cosas nuevas y retomar las riendas, con lo fácil que resulta dejar al caballo desbocado. Y tantas cosas que enmendar que me producen ansiedad… y ésta me paraliza hasta un punto en el que me posee la vagancia y no hay quien me exorcice, con toda una lista de cosas por hacer para las que voy como siempre tarde.

Sólo en verano la pereza alcanza la dignidad, 
después... to another thing, butterfly!
Entre otras cosas me he propuesto escribir de manera más constante, hacer cambios por aquí, inventarme rutinas, acostarme y levantarme pronto para aprovechar más los días, retocar la que debería ser mi carta de presentación -profesional y personal- tanto en el contenido como en el continente, aprovechar el cambio de ropa de temporada para renovarme. Quiero dejar de fumar, llevar una vida más sana, vaciar unos cuantos armarios para dejar hueco a lo que está por venir y deshacerme de las cosas que no interesan, literal y metafóricamente hablando.

Y me encuentro divagando para variar de madrugada, con los trastos de un armario ocupando el sofá del salón en plan exposición desde hace unos días, porque me entró el síndrome del cambio de armario pero me duró sólo media hora, y desde entonces, siempre que he querido retomarlo, había alguien que llamaba por teléfono  o surgía cualquier cosa que me hacía posponerlo. Supongo que mantener este desorden es ser coherente con lo revuelto de mi mundo y mis sentimientos en estos momentos. 
Aquí estoy en una esquina del sofá habiendo cenado pizza, fumando muchísimo como siempre que escribo, y analizando los errores que sigo cometiendo. Igual uno de ellos es haber inaugurado el colchón con una reposición y días más tarde con un pequeño tráiler, muy pequeño, pequeñíiito. O no, yo qué sé.

No sé cómo hace la gente para mirar este mes y los cambios que implica con ilusión, si a mí me da fatiga porque suena al anuncio de la estación de los dramas, de la bufanda y del paraguas, y a lo tonto, a lo tonto, pensando en lo que quiero hacer casi me he plantado en octubre.

¡Oh espíritu de la pereza, abandona este cuerpo voluntarioso y constante y vete a poseer a otro ya!

lunes, 8 de septiembre de 2014

Becuma


Bonita peliroja, ilustración de Paula Bonet
http://shop.paulabonet.com/es/
Becuma, de encantadora belleza pálida, carnes macizas, largo pelo rojizo, labios jugosos y mirada cautivadora, era una mujer ante la que los hombres sucumbían. El movimiento cadencioso de sus anchas caderas y su sonrisa pícara los enloquecía a todos. Pero aunque por fuera luciese atractiva y resplandeciente, Becuma se desmoronaba en su interior, y la tristeza colmaba su espíritu. Dice la leyenda que aquellos que la veían, debían mantener relaciones sexuales con ella, pero por algún motivo, nunca se enamoraban.

Becuma quiso romper el maleficio que la condenaba a estar sola, y en una noche de San Juan, acudió a la playa y se postró desnuda ante la luna llena. Enloquecida por su resplandor sobre el mar, se empapó el cabello siete veces en el agua salada. Cerró los ojos y trató de permanecer quieta entre el suave vaivén de las olas, añorando todos los hombres perdidos. Deseó controlarles, torcer su indiferencia hacia un interés genuino y doblegar su voluntad para que todos ellos la amaran.

- Cordis tuum mecum est hommes – le gritó a la luna. De pronto las olas empezaron a mecerla con más intensidad. – ¡Cordis tuum mecum est hommes! – volvió a repetir aún más alto. La tercera vez que pronunció el conjuro rugió el mar, y entonces acudió el Diablo a su llamamiento:

- Mendiga ayer, hoy reinarás. Juguete de los hombres, serás la amada de Satán. Nadie como tú conocerá el placer y gemirás con espanto al amar, recibiendo en tu alma el poder de destruir el origen de tu pesar.

*****

A Virginia, que escuchó en alguna ocasión la historia de Becuma de boca de su abuela, le apasionaban todos esos cuentos de terror que almacenaba en su habitación y que había leído y releído tantas veces. Le encantaban la magia, los horóscopos, echar las cartas y los fenómenos paranormales.

Desde pequeña se sentía diferente a otras personas; en ocasiones soñaba lo que les sucedería, era capaz de sentir la presencia de parientes difuntos y otras energías, o de contestar preguntas que aún no se habían articulado.

Su abuela venía de una larga tradición de curanderas, y de ella aprendió la alquimia de la herboristería y las fórmulas mágicas de recetas secretas. Sin embargo Virginia quiso ir más allá cuando cayó en sus manos un libro de Scott Cunningham tituladoLa Magia de los Cuatro Elementos". Solía decir que los trucos no existían, que la magia era real.

Al crecer, las diferencias con el resto y las premoniciones se hicieron más marcadas. En el barrio corrió el rumor de que era medio bruja; un par de vecinas amargadas, la culparon de todos sus infortunios, suponiéndole poderes especiales para encantamientos de toda índole. Incluso una de ellas comentaba que la había visto “con aspecto de levitación”.

Los malos presagios atormentaban cada vez más a Virginia, incapaz de negar sus dones o de impedir que éstos crecieran, y al mismo tiempo, también aumentaba su sufrimiento y desesperación. – Estás chiflada – le solía decir la gente. Fue la ignorancia sobre lo que en realidad le ocurría, la que le llevó a un breve ingreso hospitalario en la unidad de psiquiatría.

Algunos años de terapia después, consiguió dejar a un lado la magia y decidió aplicar a la cocina su buen hacer en la combinación de los distintos ingredientes. “La alquimia de su cocina es sagrada”, decía una de las innumerables buenas críticas que empezó a recibir su restaurante.

Fue precisamente en el restaurante donde conoció a Juan, su amante en los últimos años, un músico que siempre que su gira se lo permitía, era asiduo a sus mesas; devoto de sus platos y sobre todo del postre que siempre le esperaba cuando cerraba el restaurante. Él era un hombre carismático e interesante, en ocasiones frío y sarcástico, otras veces un caballero dulce y gentil, con un agudo sentido del humor, capaz de crear un extraño poder gravitatorio a su alrededor. Juan era el típico conquistador, más preocupado por sí mismo que por el entorno, y eso incluía a Virginia. Sin embargo consiguió hacer que ella se sintiese más que agradecida por poder compartir algunos de los momentos de la vida de un ser tan único como él.

A pesar de que Virginia no saboreaba sus besos en exclusividad, se sentía feliz por ser la favorita de Juan, hasta que un día éste le encontró una sustituta y ella cayó en la desesperación. Fue un 24 de junio.

- Qué ironía – pensó observando su reflejo y el de una espléndida luna llena sobre las aguas del estanque del Retiro. – Maldigo no poder ser más su costumbre, pero juro que al menos seré el eterno recuerdo – se dijo fijando la vista en la luna.

*****

Juan no volvió a saber nada más de Virginia. Se comió las ganas de escribirla como tantas otras veces durante las primeras semanas desde su ruptura.

Unos meses más tarde, tuvo un pequeño accidente de coche. Había acabado embistiendo al coche delantero al quedarse embelesado contemplando la Puerta de Alcalá y al fondo la entrada al Retiro. A consecuencia de aquel despiste, sufrió un esguince cervical y empezó a padecer un dolor crónico en el hombro izquierdo. Solía enganchar un resfriado tras otro y no acababa nunca de recuperarse del todo; no era de extrañar, con lo mal que se alimentaba. Semanas después surgió una plaga de cucarachas en su casa, que probablemente apareció tras unas obras en el patio interior. También se le vino abajo un proyecto de trabajo, pero la verdad es que las cosas no iban bien en la empresa desde hacía bastante tiempo.

Gonzalo, su compañero de departamento, le propuso visitar a una naturópata y acupunturista conocida por tratar a importantes futbolistas, a ver si conseguía que se mejorase un poco.  Decían de ella que con sólo sentir el pulso, podía ver lo que ningún estudio científico era capaz de detectar: el historial clínico y emocional de las personas, es decir, los impactos que la experiencia de vida dejaba registrados en el cuerpo, y que se manifiestan a través de dolencias o padecimientos físicos, mentales o espirituales. Sin embargo no fue capaz de notar nada raro en Juan, aparte de la contractura en el omóplato, falta de vitaminas y un severo estrés.

Darío, su mejor amigo, le sugirió bromeando que quizá alguien le había hecho “algún trabajillo”. A él Virginia siempre le pareció un poco rara, y lo que más le extrañaba era que su gata, que solía buscar los mimos de las visitas y era de lo más social, bufase sólo a Virginia cuando iba a su casa y corriera despavorida a esconderse.

Para comprobar si había algo de magia negra, leyeron que tenía que dejar durante trece días unas tijeras bajo la cama en forma de cruz, entre el colchón y el somier, a la altura de donde colocaba el pecho al dormir. Si las tijeras se volvían negras, entonces es que le habían echado algún mal de ojo. 

Lo cierto es que pesar de que Juan había rehecho su vida junto a otra persona, algo le decía que Virginia estaría siempre presente y no era capaz de borrarla de su memoria. De hecho, cuando se tocaba pensaba en ella. Sólo conseguía eyacular si recreaba su bonito rostro, y cuando estaba con su pareja, no era a ella a quien veía, sino a Virginia. Y la odiaba por eso.

Trece días más tarde, amaneció como cada mañana con el pensamiento de Virginia. La imagen en sueños de sus pechos le produjo una erección, y después de masturbarse, tomó la suficiente determinación para mover el colchón. Entonces comprobó que las tijeras seguían intactas con su color cromado.

- Maldita hija de la gran puta, ¿por qué tenía que ser el sexo tan mágico contigo que no te quito de la cabeza? – pensó.


A Juan siempre le quedaría la duda sobre cuánto había de cierto en ese pensamiento.




FUENTES DE INSPIRACIÓN:

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Cinco citas merecen un mejor colchón (Parte II)


"Hay que tener aspiraciones elevadas, expectativas moderadas y necesidades pequeñas" - H. Stein

(Viene de la entrada anterior)

Puede que mis exigencias y mis creencias sobre cómo tendría que ser mi hombre ideal me estén limitando a la hora de encontrar pareja. Me he convencido de que cada día soy más maniática, y que amo tanto mi independencia y mis momentos de soledad, que me será muy difícil adaptarme al ritmo de otra persona. ¡Qué pereza! Ese solía ser mi pensamiento al respecto.

Que alguien llegue a conquistarme creo que no es tan difícil, pero requiere su esfuerzo. Me gusta que me adulen hasta el sonrojo, que me hagan sentir una reina y que para esa persona soy alguien único y especial; pero además deberá ser persistente cada vez que yo intente dificultar su acercamiento, porque soy de ánimo un poco voluble. Me tendrá que mostrar un lado aventurero, excéntrico y divertido; alimentarme con nuevas emociones, hacerme sonreír. Y como no me tomo la vida demasiado en serio, tendrá que saber jugar y bromear conmigo sutilmente, y llevará mucho camino ganado si sobre todo me hace reír.

Cruz pareció haberlo adivinado. Luchó contra mi resistencia inicial a golpe de halagos, y mostró un exaltado interés por cada tontería que le contaba, adulando sobre todo mi sentido del humor. Sí, nos reímos mucho virtualmente. Consiguió seducirme  poco a poco con grandes dosis de positivismo e ilusión, imaginando una bonita película en la que además de él y yo, estaba mi perro de protagonista.

- Aguantaremos hasta que regreses a Madrid porque va a ser genial. Dejemos que la vida nos sorprenda, a veces es bonito. Y además quiero conocer a tu perro – me escribió al tercer día de intercambio de mensajes. Para entonces ya llevábamos mucho escrito tratando de conocernos mejor.

Las palabras clave que escribió un día fueron: “Enamorarse es difícil pero no debemos renunciar a encontrarlo. Es la mejor droga del mundo, y hay que tener ilusión”. A partir de ese momento mi móvil se convirtió en una extensión más de mi cuerpo. Sí, me pasé las vacaciones pegada al teléfono y me fundí el paquete de datos de la tarifa que tengo contratada; pero que no cunda el pánico, que pagué un extra para seguir idiotizada frente a la pantalla. Es increíble cómo el nombre de una persona que antes no existía en tu vida, de repente pasa a ser el único que quieres leer delante de cada mensaje, y el motivo de acostarte y despertarte cada día con una sonrisa; alucinante que alguien pueda llegar a motivarte y engancharte a través del móvil, sin escuchar la voz ni habiéndonos visto aún en persona.

En el intercambio de fotos conectamos totalmente: él me enviaba una foto disfrazado de torero, y yo de gitana. Él con boa de plumas, yo con bigote. Él con sus sobrinos, yo con los míos. Los dos haciendo el tonto. Los dos gustándonos con lo que veíamos y con lo que imaginábamos del otro.

Miles de whatsapp, varias llamadas de teléfono y 36 emails después, mas una caída accidental en mi blog, ya íbamos embalados. Si después de todo lo que habíamos compartido virtualmente no surgía la química, entonces nos iba a doler.

- Mira que como salga mal… - escribí yo.
- ¡Mira que como salga bien! – me contestó.

Una noche mi sobrina de 7 años me sorprendió viendo un vídeo en el que entrevistaban a Cruz:

- ¿Quién es ese? – me preguntó
- Pues un chico que me gusta. ¿Qué te parece para mí de novio? – le dije en plan pícaro.
- No sé, no me gusta su barba – contestó mientras te sentaba a mi lado para curiosear - ¿Pero le has pedido que se case contigo?
- No, además aún no le conozco – respondí riéndome.
- ¿Entonces cómo sabes que te gusta? ¿Cómo sabes que va a ser tu novio?

Probablemente mi sobrina a su edad, estaba siendo más sensata que yo.

Esta vez lo que hizo la providencia fue confabularse con el hermano bueno de Murphy para que tuviese que interrumpir mis vacaciones y regresar anticipadamente a Madrid pero por una oportunidad de trabajo excelente. Al menos Cruz y yo no tendríamos que esperar 16 días para reconocernos y descubrir si de verdad nos gustábamos.

Los nervios de estar cada vez más cerca de encontrarnos, admito que me tuvieron tontísima los días previos, en los que me sentí más viva que nunca.

Se preocupó mucho de sorprenderme en la primera cita, escogiendo sus rincones favoritos de Madrid para pasear a mi lado. Todo era perfecto, sin embargo por algún motivo durante la cena, ciertos comentarios que Cruz hizo sobre mi pasado que ya conocía por haberlos leído por aquí, me hicieron sentirme desnuda y vulnerable, incómoda por estar jugando en desventaja. El hecho de que además mirase constantemente la hora, desató todas mis inseguridades, y empecé a dudar si quería o no seguir estando ahí.

A las 12 en punto era oficialmente mi cumpleaños:

- ¡Felicidades! Tienes que cerrar los ojos para que pueda darte tu regalo – exclamó.

Se acercó despacio por detrás, y apartándome el pelo aprovechó para olerme. Me puso un bonito collar y fue entonces cuando me dio su primer beso.

Horas más tarde la cita acababa conmigo llorando desconsolada en un momento muy inapropiado. Monté EL NUMERITO, repitiendo en un mar de lágrimas: “no tendría que estar aquí, lo siento”, mientras me largaba en taxi a mi casa sin poder dar más explicación que esa. Las expectativas, lo real, mis inseguridades  y los inoportunos fantasmas del pasado, produjeron en mí un cortocircuito y no supe controlarme, pero él tampoco supo cómo consolarme. En el fondo no éramos más que dos desconocidos que habíamos creado un clima de confianza artificial.

- Yo solo quería que todo fuera bonito. Siento que no fuera como esperabas – me escribió al día siguiente.
- Lo sé. Por eso quiero que me des otra oportunidad, una mala noche la tiene cualquiera. Nada es nunca como uno espera, pero eso no significa que sea peor – le contesté.

Confesó que aquella noche, incluso se le había pasado por la cabeza que yo era una mujer casada arrepentida de haber acabado de cometer una infidelidad. “No tendría que estar aquí, lo siento” es lo que dicen en las películas en situaciones así.

Se pensó  mucho su respuesta, pero después también concluyó que el hecho de que nos gustásemos, no quería decir que todo tuviese que ser como deseábamos que fuera.

Los siguientes días continuamos conociéndonos e intentando acoplarnos el uno al otro. Cinco citas más tarde Cruz se quejó de lo incómodo mi colchón, y yo pensé que la hazaña de haber llegado a ese número de encuentros, teniendo en cuenta mi currículum sentimental, bien merecía un mejor colchón. Eso y que efectivamente mi colchón era una mierda y llevaba tiempo pensando en cambiarlo, y que había una oferta en un centro comercial que no debía dejar escapar según me comentó mi madre.

Para comprarse un colchón hoy en día, necesitas ser ingeniero para averiguar qué es lo mejor para ti: que  si viscoelástica, que si fibra, muelle independiente, muelle embolsado, muelle continuo, espuma, látex, etc., y todos ellos con diferentes grados de firmeza. ¡Si yo sólo quiero un colchón cómodo!

Estuvimos mi madre y yo probando varios tumbándonos por separado y también juntas, por comprobar si la una se volcaba hacia la otra, por si acaso. Estuvimos incluso botando sobre los colchones ante la mirada atónita de la dependienta. Comprar un colchón puede llegar a ser muy divertido. Te preguntan la posición en la que duermes, cuánto te mueves en la cama, cuánto pesas, si eres o no friolero, si tienes alergia al polvo, si duermes solo o acompañado…

- Bueno, mi hija normalmente duerme sola, menos cuandoooo… - le dijo mi madre a la dependienta.
- Madre, ¿no puedes ser más indiscreta? – contesté avergonzada.
- Hija, no vaya a ser que te vendan un colchón para solteras y luego claro, con el trajín que llevas últimamente te lo acabes cargando, que igual hay que preguntar si te aguantará el traca-traca.
- ¿Traca-traca? Mamá, lo que yo hago es el tralarí-tralarí de “El Milagro de P Tinto” – respondí fingiéndome inocente.

A Cruz le agobió mi compra y le dio cargo de conciencia. Menuda tontería, si ya sé yo que ese no es uno de los sacrificios que dicen que hay que hacer en el amor, pero ciertamente me he dejado una pasta en el nuevo colchón, y si él no me hubiese recordado la falta que me hacía, quizá hubiese aguantado más con el que tenía.

Unos días más tarde y después de pasar un fin de semana juntos en el que estuvimos muy a gusto, en nuestro intercambio diario de emails, no se me ocurrió mejor cosa que empezar a tirar de ese hilo del que no debes hacer cuenta porque si tiras, sin proponértelo acabas deshilachándolo todo y terminas por cargarte lo poco que llevabas tejido. Ese hilo de porqués y preguntas. De repente Cruz sin ton ni son decidía que a pesar de que hasta ese momento todo había ido bien, lo más inteligente era dejarlo ahí antes de que saliese nadie herido. Decía que seguía pensando que soy una persona muy atractiva e interesante, pero que no siempre dos y dos suman cuatro – argumentó -, y aunque no le gustaría apartarme del todo de su vida, creía que lo mejor a partir de ahora era el distanciamiento. ¿Ehhhhh? Cortocircuito total y apagón. Y encima lo hacía por email, supongo que para mantener la coherencia de una relación que se había desarrollado más virtualmente que en la realidad.

- Mamá, que la historia con Cruz se ha acabado, que ya no nos vamos a ver más, qué hago, ¿devuelvo el colchón? ¡Que es mucho dinero! 
- No seas boba, que ese colchón te vale para toda la vida. Yo creo que hiciste una buena compra. Y mira, si resulta que lo estrenas tú sola, estarás tan ricamente - me respondió al otro lado del teléfono.
- ¿Toda la vida? Pero si la vida media de un colchón son 10 ó 12 años.
- El tuyo yo creo que te da mínimo para 20 años, porque le puedes dar la vuelta y le duplicas la vida, pero es que si además tenemos en cuenta que vas a seguir durmiendo sola por lo que dices, entonces se la cuadriplicas, porque también le puedes dar la vuelta de este a oeste.
- Claro, 40 años para disfrutar del colchón en soltería, y considerando mi edad, lo siguiente sería una cama articulada, ¿no?


Escribí hace un año que la próxima vez que me enamorase iba a ser de esos amores de película, intensos y bonitos desde el momento del flechazo, y no me creía capaz de llevarlo a cabo, pero la vida puede cambiarte en sólo un instante. No llegué a enamorarme, todavía me faltaba tiempo; no fue un flechazo, pero sí que fue todo bastante peliculero, entusiasta y particular. Pero me quedé a medias.

Hace un mes que todo empezó. Hace una semana que todo se acabó. Y ayer mismo me trajeron mi flamante nuevo colchón. 

Cuando menos te lo esperas, tu vida puede dar un giro. En mi caso podría decirse que el giro fue de 360º, porque he vuelto al inicio. ¡Qué pereza!