miércoles, 17 de abril de 2013

¿Y si funciona? ¡Constelémonos!




- Menos mal que has venido. Tía, que yo ya me imaginaba que esto iba a ser una especie de circo, pero no esperaba encontrarme a la mujer barbuda. ¡Joder, es que Madame Brie tiene barba!

- Bendito sea, Marta, ¡qué me estás contando! ¡Madre qué frikismo! – dijo Ana María con cara de estupefacción al tiempo que se descalzaba.

- Están ya todos en la sala del fondo. Concentrados… no sé si están meditando. Y ya verás la pinta de la tal Madame Brie, no digas que no te lo he advertido. Me daba palo entrar hasta que no llegases tú – respondía una Marta algo nerviosa.

Marta y Ana María se preparaban para asistir de observadoras a un taller de Constelaciones Familiares en el Instituto de Madame Brie, una de las discípulas más reconocidas de Bert Hellinger, precursor de esta terapia alternativa.

A Marta, que repetía determinados patrones conductuales, le recomendaron que probara los beneficios de las constelaciones. Su atención difusa y su mala memoria, le hizo interpretar lo que le habían contado sobre las constelaciones familiares, como el que juega al teléfono escacharrado. Y así se lo transmitió a Ana María:

- Tú estás ahí en una habitación con un montón de gente que no conoces de nada, y ellos tampoco saben nada de tu vida. Entonces cada uno de ellos representa a los miembros más importantes de tu vida; yo que sé, a tus padres, al amor de tu vida, a tu abuela… Pues en función de cómo te comportas tú con ellos, ellos te responden. Por ejemplo, a lo mejor tú no has sido agresivo cuando te has dirigido a la que hace de tu madre, pero resulta que tu “madre” te responde a la defensiva; y esa tipa no tiene ni idea de por qué te responde así; simplemente su reacción es consecuencia de lo que tú le has dicho. Y lo curioso es que esa persona justo está actuando como solía hacerlo tu madre. Es flipante, porque te ayuda a entender cosas. Yo que sé, que a lo mejor resulta que el problema está en cómo dice uno las cosas de manera inconsciente y resulta que lo has estado haciendo mal toda tu vida. Joder, no sé, a mí me suena a juego de rol, es algo muy friki, pero chica ¿y si funciona? ¡Constelémonos!

Cuando se lo proponía, Marta podía ser muy convincente. La intensidad con la que lo vivía todo, y ese arte que tenía para adornar cada historia que contaba, convirtiéndolas en interesantes, hacían que para ella fuese fácil salirse con la suya muy a menudo. Además sabía que podía contar con Ana María para todo lo que estuviese relacionado con terapias alternativas sanadoras, por eso de la “solidaridad depresiva” de la que solía hablar, refiriéndose a los estados de tristeza que ambas habían compartido y que aún trataban de superar.

Descalzas, atravesaron el suelo enmoquetado de la sala para sentarse junto a Madame Brie. La gurú, que vestía de rosa de pies a cabeza, había solicitado que los nuevos se situaran a su lado. Al aproximarse, Marta se dio cuenta de que su miopía le había jugado una mala pasada: Madame Brie no tenía barba, sino una tremenda sombra amoratada que le cubría el bigote y la barbilla en forma de perilla.

- Antes que nada tengo que decir que vengo del dentista, por eso tengo la cara así – dijo Brie.
Marta se sintió decepcionada, porque lo de contarle a sus amigos que había ido a una terapia con la mujer barbuda, le habría dado mucho más juego en su dramatización acerca de su experiencia.

Una a una se fueron presentando las 25 personas que llenaban la sala. Dijeron su nombre y sus intenciones con respecto a ese taller, y todas coincidieron en que el fin era sanarse y compartir su bienestar. Ana María y Marta se miraron con complicidad, coincidiendo en que de momento, la cosa parecía pintar bien.

Sin más explicaciones dio comienzo la primera constelación, que se iba a realizar sin que estuviera el “constelado” presente. Brie eligió a una de las chicas para representarla, y ésta se colocó de pie a un lado de la sala. Después escogió a otro miembro para personificar a la muerte: era una mujer vestida de negro, con un aspecto muy siniestro, y de poder tener forma la muerte, sin duda sería algo muy similar a la imagen de aquella mujer. Eligió también a un representante de la tristeza, y entonces se incorporó una mujer ojerosa con cara de estar profundamente apenada.

- Desde luego si todo esto es un montaje, el responsable del casting se merece un Oscar – pensó Marta.

- Aquí hay un muerto… dos… tres… Veo varios muertos – anunció una Madame Brie con la mirada perdida.

Marta notó cómo se le erizaba el vello de los brazos, y observó cómo Ana María miraba con extrañeza a la terapeuta y hacía un barrido visual por la sala. Repitió su gesto por si acaso pudiera percibir a los muertos que supuestamente les acompañaban en ese lugar. Pero no consiguió ver nada.

De pronto empezaron a levantarse varias personas de manera espontánea. Se movían como por impulsos, en pequeños saltitos en los que primero levantaban los hombros bruscamente, para después desplazar el resto del cuerpo. Era como si una fuerza invisible les estuviera dando empujones desde atrás. Marta no pudo evitar pensar que parecían muertos vivientes. Algunos de ellos se tiraron al suelo personificando a los difuntos; otros se movían de manera errática por la sala en torno a los representantes de la muerte, la tristeza y del constelado, mirando siempre al infinito.

- ¡Fetos, por aquí hay varios fetos! – exclamaba la terapeuta.

Y como activados por control remoto, otros miembros del grupo se levantaron de sus sillas, avanzando como zombis por la moqueta para acabar descansando sobre ella en posición fetal.

- Disculpa – se dirigió Madame Brie a Marta -, ¿podrías colaborar y tumbarte junto a esos muertos de allí? Déjate llevar, haz lo que sienta tu cuerpo. Todos los movimientos han de ser pausados.

Sólo oír la frase tumbarse junto a esos muertos le hizo estremecerse, pero no fue capaz de negarse a participar. Se levantó de su silla e imitando los movimientos de los demás, empezó a avanzar dando saltitos hacia uno de los grupos de personas que permanecían tumbadas en el suelo; y poco a poco se fue agachando hasta disponerse junto a ellos. Entonces cerró los ojos y trató de concentrarse en su cuerpo tal y como le había recomendado la terapeuta. Sintió cómo el frío de la sala se hacía más intenso y al cabo de unos segundos, le pareció notar algo raro sobre su cabeza. Con inseguridad entreabrió los ojos, y descubrió cómo “la muerte” –que se había aproximado hasta ellos-, parecía nadar en un mar imaginario, moviendo rítmicamente los brazos sobre las cabezas de los que encarnaban a los ancestros fallecidos. Un escalofrío le recorrió la espalda y sintió deseos de incorporarse para así alejarse de “la muerte”, pero inexplicablemente no pudo más que extender una mano al aire. No podía dilucidar por qué ni a quién, pero Marta sintió que tenía que reclamar ayuda y permaneció un rato con el brazo elevado. Cuando las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos ante esa sensación incapacitante, la “tristeza” se arrodilló junto a Marta y al resto de los “difuntos” en señal de duelo. El silencio de la sala se rompió con los sollozos de varios asistentes, y mientras unos se abrazaban y consolaban, Marta decidió bajar el brazo y apretar fuertemente los ojos, deseando que aquella extraña situación cesara pronto como si todo fuese una pesadilla.

- Bien, vamos a dejarlo aquí – anunció Brie -. Esta persona vio cómo sus padres habían sido asesinados, y con estos movimientos sistémicos, hemos conseguido que supere su trauma y que todos se perdonen.

Todo aquello era demasiado surrealista, pero con tantas emociones concentradas en la sala, a Marta y Ana María les resultó difícil no conmoverse con lo que habían presenciado. Marta le mostró a su amiga la piel de gallina de sus brazos, y la persona que tenía a su derecha asintió con la cabeza y le confesó al oído que era el segundo taller de constelaciones al que asistía, pero que siempre había percibido exactamente lo mismo que ella estaba sintiendo. Aquella persona se levantó para protagonizar la siguiente constelación:

- Quiero constelar porque últimamente me siento paralizada. Me cuesta avanzar y no puedo acometer las cosas que me propongo en la vida.

Madame Brie escogió a nuevos representantes para la siguiente constelación, y una vez más se fueron incorporando a la misma, aquellas personas que sentían que también tenían que participar. Los “muertos” se dispusieron aleatoriamente en la sala, y el camino que tenía que recorrer la persona que constelaba para alcanzar a la que representaba a su “objetivo”, resultó una auténtica yincana.

- Qué obsesión tiene esta mujer con los muertos – le susurró Ana María a Marta.

Cuando la que había constelado volvió a su silla, Marta no pudo reprimir las ganas de preguntarle lo que había sentido, porque Brie no aportó ninguna explicación a lo que allí había ocurrido:

- ¿Es la segunda vez que vienes y ya te has decidido a constelar? – le dijo estupefacta - ¿Te ha servido?

- Bueno… es que han tardado 4 meses en darme cita. Así que si quieres hacerlo tú también ya puedes ir pidiendo una fecha. No nos permiten hablar de lo que sentimos en el mismo día, tenemos que dejar que la semilla que aquí se ha depositado crezca, y sentir los efectos, que se pueden desarrollar a lo largo de varios meses; sin interpretar nada de lo que hemos vivido hoy. Pero estoy segura de que me va a venir bien todo esto.

Las siguientes constelaciones fueron aún más bizarras. Había una mujer que quería constelar los abortos de sus antepasados y que lloró desconsoladamente al ver tantos fetos sobre el suelo. Un hombre quiso constelar su nacimiento por cesárea, y todos fueron testigos del supuesto parto que los representantes interpretaron con una teatralidad estremecedora. Madame Brie explicó que aquella era una constelación vital, puesto que la forma en la que veníamos al mundo influía mucho sobre nuestra personalidad, y en los partos por cesárea era necesario completar el ciclo vital del feto para conseguir que se desvinculase del todo de la madre. También dijo barbaridades como que una mujer era menos madre si no paría de forma natural. Al preguntarle a los participantes qué habían sentido, que pudiera ayudar y aportar algo al que constelaba, la que representó a la madre dijo que había percibido cómo su ánimo había fluctuado mucho de un extremo a otro. Brie argumentó que eso era porque la madre era bipolar, y cada vez que alguien planteaba nuevas preguntas o cuestionaba sus afirmaciones, ella les mandaba callar. Marta tuvo que morderse la lengua y contener sus ganas de protestar ante semejantes valoraciones.

Otra chica dijo que quería constelar por qué últimamente no podía evitar comerse todo lo que llegaba a sus manos, y Madame Brie explicó el por qué de su compulsión:

- Vienes de un país del este. Habéis pasado por una guerra mundial, y tus antepasados pasaron mucha hambre. Es normal que sientas que tienes que comer por ellos, pero aquí vas a encontrar la paz.

Una vez más, Madame Brie le pidió a Marta que colaborase para representar a la abuela de la que no podía parar de comer. Marta pensó que las abuelas suelen cebar y conceder todo tipo de caprichos a sus nietos, por eso en su representación, sintió que debía acercarse hasta la persona que representaba a la comida y abrazarla. Y así lo hizo.

En la última constelación, en la que un chico quería resolver por qué en su vida se quedaban las mujeres que en realidad no le gustaban y sin embargo a la que le convenía la dejaba marchar, Marta se incorporó de manera espontánea de su silla y decidió interactuar interpretando el papel de una de esas mujeres atractivas que probablemente obnubilaban el juicio de aquel joven, y en el momento en el que éste le tendió la mano a la que representaba a su madre, se giró para darle la espalda.

- Anda y vete con tu madre. – Pensó mientras se sentaba de nuevo en la silla.

Todas las constelaciones se desarrollaron de una manera similar; siempre participaban las mismas personas y en todas aparecían muertos por doquier, ya fuera en forma de feto o de adulto. La gente no hablaba, simplemente se movían de un extremo a otro de la sala parándose frente a los representantes. A todos les empujaba una mano invisible en sus avances. En los encuentros con los representantes unos lloraban, otros se abrazaban, muchos se arrodillaban pidiendo perdón; algunos incluso se retorcieron en el suelo, y más de uno parecía estar en trance. Pasados unos minutos de espectáculo, Madame Brie daba por concluida la constelación sin esclarecer qué es lo que había ocurrido ni por qué.

- Nena, me ha dado mucha pena verte ahí con todos ellos. ¿Por qué lo has hecho? ¿De verdad has sentido cosas? No quiero que vengas más a estos talleres, me parece que toda esta gente está muy necesitada, y yo creo que tus bloqueos se pueden resolver de otra manera – dijo Ana María impresionada.

- No te preocupes, he hecho un poco el paripé. Me apetecía dejarme llevar y enredar, comportarme como ellos para ver qué se siente. No me creo nada de esto; casualmente siempre salen los mismos a colaborar, y todos te sobiquean mucho. Me recuerda a la película “El Club de la Lucha”, cuando los protagonistas fingían dolencias y asistían a grupos de apoyo de esas supuestas enfermedades para poder imaginarse lo que es el dolor de verdad. ¿No te da la sensación de que estaban todos fatal? No sé de qué nos quejamos, tú y yo estamos más cuerdas que todos los que hay aquí dentro, incluida la mamarracha esta – afirmó Marta tajantemente.

Al despedirse, todos hicieron repaso de sus sensaciones, y coincidían en que se encontraban mucho mejor, más liberados; argumentaban que sentían el poder sanador de la constelación en síntomas como frío en manos y pies, y dolores localizados en la espalda o los hombros.

- ¿Y cómo no vais a sentir frío y dolor de todo si llevamos 4 horas sentados en unas incomodísimas sillas de madera, aquí hace un frío del carajo y encima nos han hecho estar descalzos todo este tiempo? – pensó Marta. – Yo me encuentro un poco confundida, y como pasada de revoluciones, muy excitada – dijo cuando le llegó su turno en la ronda.

Al llegar a casa estuvo investigando sobre las terapias de Constelaciones Familiares, y concluyó que no comulgaba con uno de los principales fundamentos:

– ¿De verdad mis problemas son consecuencia del pedo que se tiró mi tatara tatara tatara abuelo y que ofendió profundamente a su señora y por el que jamás pidió perdón? – se rió.

Sin embargo durante los siguientes días, Marta experimentó una energía renovadora, una alegría inusual como hacía meses que no sentía. Pensó que probablemente se encontraba mucho mejor desde que observó las constelaciones simplemente por comparativa: ser un tuerto en el país de los ciegos, siempre consuela. Aquellos eran todos locos. Cuando le explicó su experiencia a la persona que le había recomendado que acudiera a los talleres, su amiga le puso el ejemplo de las cremas anti-arrugas:

- ¿Cuánto hay de verdad en que son efectivas, y cuánto hay del hecho en sí de que te estás cuidando más y preocupando por tu piel, y deseas ver resultados? Lo importante no es la crema que te eches, sino el resultado. ¡Qué más da si te encuentras mejor a consecuencia de la constelación, o si es una casualidad! Mírate, ¿estás mejor, no?

Al evocar las imágenes de los participantes haciendo de "fetos", recordó que su madre le contó que antes de haber nacido ella, había tenido un aborto espontáneo de apenas unas semanas. También se acordó de que le solían decir que a su padre le hubiese gustado tener un niño en vez de otra niña; y a consecuencia de esto, durante muchos años Marta se imaginó que aquel bebé muerto era un varón, y pensó que de haber nacido él, probablemente Marta nunca habría existido.

- ¿Y si de verdad le tuviera que pedir perdón o darle las gracias a mi hermano muerto para encontrarme por fin bien? – pensó.





(Basado en hechos reales. ¡Ah, y enhorabuena si has llegado al final!)

viernes, 12 de abril de 2013

Rita y un hombre de verdad




Después de escribir la carta de una convaleciente, hubo varios amigos que me confesaron que en el momento de leerla se preocuparon creyendo que me había pasado algo grave o que de verdad había estado ingresada en el hospital. La reacción que más me sorprendió fue la de dos amigos que me dijeron que no les extrañaba que me hubiera dado el arrebato y me hubiese largado quién sabe a dónde y con quién a echar unas carreras. ¿Yo? ¿En serio que me veis yéndome de rally con un desconocido? – les dije.  Hija, cosas más raras te han pasado – contestaron.

Y tienen razón; que aparte de que soy un poco Drama Queen, admito que también me atrae lo rarito. De hecho, una persona muy sabia me dijo que tenía que asumir que ciertos episodios de mi vida son más retorcidos que un guión de Almodóvar. Seguramente no sea casualidad que hoy en día mi profesión esté relacionada con el mundo de la interpretación, que yo de pequeña ya le cantaba a mi madre lo de “mamá, quiero ser artista”, como Conchita Velasco.

Ella se reía, sin embargo me repetía que tenía que estudiar una carrera, dejarme de pájaros en la cabeza y aspirar a tener un trabajo estable y un sueldo fijo. Y sé que también le gustaría que ya hubiese encontrado a alguien con quien formar una familia para darle nietos.

Probé lo de la carrera y lo del trabajo convencional, pero tras cuatro años en la facultad y varios bandazos profesionales -pero exitosos para mi edad-, descubrí que lo estándar y rutinario no iba conmigo y me hice “artista”. En cuanto a lo de la pareja digamos que mi suerte y experiencia no es ni remotamente comparable a los logros que conseguí en mi vida laboral. Mi relación más larga (y tormentosa) apenas llegó a los tres años entre idas y venidas. Por eso digamos que soy una analfabeta de la convivencia en pareja, y aunque siempre me he aplicado mucho en la asignatura del amor, he tenido demasiados suspensos en mi vida. Esto de tener éxito en el amor para mí es una espinita clavada, aunque ahora mis heridas y mi soledad las vivo con cierta resignación y procuro buscar lo bueno de este estado, para conocerme y quererme más y mejor.

Conservo un grupo de amigos de la época del colegio con los que quedo a comer o a cenar al menos un par veces al año. En todo este tiempo desde que dejamos el cole, sólo he conseguido ir emparejada a dos de esos encuentros, porque la mayoría de las veces o estaba soltera o aquel que compartía sábanas conmigo de manera habitual, no quería pasar por el marrón de que otros le etiquetasen como novio oficial. ¡Uuuhh, PAREJA, qué miedo! Creo que a todos los hombres que pasaron por mi vida les daba alergia el ser algo más que un rollo, y desde luego no estaban dispuestos a asumir ciertos compromisos. Y la verdad es que soportar durante tanto tiempo las bromitas de mis amigos –los cuales me dan por imposible- al respecto de mi soltería, no ha sido siempre fácil. En los últimos años me lo he tomado con más humor, y suelo excusar a mi “novio imaginario” diciendo que está liadísimo y no puede acompañarme a nuestras reuniones semestrales. Como ya no cuela, les he jurado que cuando llegue a los 40 años, si mis circunstancias siguen siendo las mismas, me casaré con otra amiga que está igual que yo, por darles la alegría de poder asistir a nuestra boda y que nos dejen en paz… pero básicamente el pacto lo hemos hecho por poder disfrutar de más días libres en el trabajo por matrimonio y cogernos unas vacaciones que te cagas. ¡Anda que no!

Se aproxima una de estas reuniones y aún me faltan unos años para los 40. Después de ver “Lars y una chica de verdad”, le comenté a mi mejor amigo (uno de los que me visualizaron como Penélope Glamour conduciendo un descapotable y que creyó que había tenido un accidente tras leer “Carta de una convaleciente”) que estaba pensando en llevar un muñeco de tamaño real y presentarlo como mi novio. Y le pareció una idea estupenda, y sobre todo muy acorde con mi estado mental estilo de vida. Él me quiere, pero me dice que de mayor me ve como una mujer loca, vieja y arrugada, con canas, todo el día en bata, y rodeada de 50 perros. Y soltera, claro. Y yo le contesto que sólo me faltan 49 canes para llegar a ser lo que él se imagina (de coña, supongo) que me depara el destino.



“Lars y una chica de verdad” es una película tierna a más no poder; una preciosa fábula sobre los sentimientos, una alegoría sobre la soledad, las relaciones y la relatividad de lo que se considera verdadero.

SINOPSIS:Lars (Ryan Gosling), un joven enormemente tímido y dulce que vive en una pequeña localidad junto a su hermano (Paul Schneider) y su cuñada (Emily Mortimer), lleva por fin a casa a Bianca, la chica de sus sueños. El problema es que Bianca es una muñeca que encargó por Internet, aunque Lars la trata como si fuera una persona real. Alentados por una doctora (Patricia Clarkson), y en un esfuerzo por comprenderle, su familia decide seguir con la fantasía de Lars, de la que pronto acabará participando todo el pueblo. 

AVISO QUE A PARTIR DE AQUÍ HAY SPOILERS DE LA PELÍCULA, POR SI AÚN NO LA HAS VISTO (YO TE LA RECOMIENDO)

Lars rechaza a los demás y vive prácticamente asilado, pero todo esto cambia cuando conoce a Bianca, una preciosa misionera mitad-danesa, mitad-brasileña, que se encuentra de año sabático viajando por el mundo. En cuanto Bianca llega al pueblo, Lars decide presentársela a su hermano Gus y a la mujer de éste, Karin. Para el espanto del matrimonio, Bianca resulta ser una Real Doll, una muñeca de tamaño real hecha por encargo y comprada por internet. Sin embargo a los ojos de Lars, Bianca es una chica creyente que fue criada por unas monjas, que depende de una silla de ruedas, de carácter tímido y bastante recatada.

Karin y Gus deciden hacer frente a la situación contactando a la doctora Dagmar Berman -que además es psicóloga-, la cual les sugiere que convenzan a Lars para que traiga a Bianca a su consulta, con la excusa de poder prevenir cualquier trastorno que pudiera tener la extranjera debido al repentino cambio de clima. Mientras Bianca reposa en una camilla “haciéndose varios chequeos”, Lars sin saberlo, comienza su terapia con Dagmar. Lars sufre de un delirio como consecuencia de sus carencias afectivas, y para ayudarle a superar su crisis, todos deberán colaborar; por lo que la doctora le recomienda a Gus y Karin que procuren seguirle el juego.

En poco tiempo, Bianca se convierte en una parroquiana más de la iglesia del pueblo, y no sólo va a misa, sino que hace de modelo en el escaparate de una tienda, trabaja de voluntaria en el hospital “leyendo” audiolibros a los niños enfermos, y empieza a acompañar a Lars a los primeros acontecimientos sociales en los que éste se decide a participar.

Bianca en realidad es una proyección de la propia personalidad de Lars, y la muñeca le ayuda a abrirse y a expresarse con los demás. En realidad ella no le hace compañía a Lars, pero sin embargo consigue que el resto del pueblo sí se la haga. El resultado es que el hecho de tener novia -aunque sea de silicona-, a Lars le permite participar en la sociedad tal y como siempre ha deseado. Y todo gracias a la inestimable ayuda del pueblo, que no duda en participar en el delirio de Lars integrando a Bianca en su comunidad. 

Es una situación muy cómica y a la vez muy dramática, pero que es tratada con mucha naturalidad, como si Bianca fuera una mujer de verdad y Lars no estuviese loco.

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Y digo yo, que ya que mis amigos me quieren tanto y que algunos de ellos me dan por trastornada, podría pasar como en la película: estoy segura de que acabarían normalizando la situación si me vieran aparecer con un muñeco de tamaño natural en cualquier evento. ¡Porque yo lo valgo! Así dejarían de torturarme con la misma murga de siempre, porque el muñeco no se me iba a hacer el remolón ante ninguna comida/cena de compromiso entre amigos, que te lo digo yo, ¡hombre! La pena es que por más que busco en internet, me temo que los muñecos no los pueden hacer con la barba que tanto me gusta.

Esto es lo más decente que he encontrado:

Ola k ase, xica wapa



REFERENCIAS: 

lunes, 1 de abril de 2013

¿Pares o nones?



Después de seis largos meses compartiendo piso, por fin he recuperado mi reino. Tras marcharse mi inquilino, las tareas de limpieza y reorganización de armarios me han tenido ocupada varios días; pero hoy puedo decir con orgullo de maruja y satisfacción, que mi casa vuelve a oler a chica. Y de nuevo siento paz. Es curioso cómo mi estado de ánimo influye en el orden y limpieza de mi hogar y a la inversa; como si mi casa fuese el reflejo más fiel de lo que soy y siento.
En medio de esta paz y de este momento de reencontrarme con mi soledad, resulta que me ha dado por reflexionar sobre las supuestas bondades de eso que llaman ahora ser “single” o “impar”, como si con estos términos se tratase de eliminar el matiz negativo que implica la palabra soltero (etimológicamente proviene de un vocablo del latín que significa “solitario” o “desamparado”).


Una parte de la sociedad estigmatiza al soltero considerándolo alguien desdichado, fracasado, incompleto, amargado, neurótico e inaguantable, anti el género opuesto o rarito. El solterón de toda la vida, vaya, aquel que parece tener derecho a ser feliz sólo si se dedica a servir a Dios o a ser misionero. Hay otro sector que de esa estigmatización ha pasado a la glorificación, intentando vendernos que ser “single” es un orgullo que disfrutan personas inteligentes, competitivas, con alta auto-estima, que saben lo que quieren, que por encima de todo son libres y que para más inri, resulta que follan más que nunca.
Pues ni un extremo ni otro. Pero por más que se empeñen en convencerme de las delicias de vivir solo y de que los singles somos personas afortunadas que no tenemos por qué privarnos de nada, que tendremos mil planes y podremos quedar con quienes queramos, que vamos a disfrutar de nuestra libertad y de no tener que darle explicaciones a nadie, y que tendremos una vida sexual más activa que la de un bonobo; e independientemente de que haya solteros que de verdad consigan ser ese prototipo de persona contenta por su estado de soltería - ya sea elegido o impuesto, permanente o transitorio -, la realidad suele ser muy distinta a esa imagen de felicidad. En un mundo de pares, ser impar y conseguir ser feliz, supone un gran esfuerzo. Es posible, sí, de acuerdo. Pero no es fácil mantenerlo.
Es una gozada dormir en transversal en la cama, adueñarte del edredón y de todas las almohadas, no tener que sufrir de pies helados ajenos que te despierten en medio de la noche, patadas como si tu partenaire fuera el mismísimo Messi que chuta a gol en tu cama, gases traicioneros o ronquidos. Es genial poder pasearse en pelotas por casa, no tener que depilarse ni arreglarse para otro, no quitarte de encima tu camiseta del viaje de fin de curso o llevar bragas cutres ¡y que no pase nada!, o hacer pis y pos con la puerta del baño abierta. Es estupendo poder comer lo que se te antoje sin miradas incriminatorias o ver en la tele lo que te sale del mismísimo. Y lo más fantástico es que todo tu dinero es tuyo, y jamás tendrás que rendirle cuentas a otro.
Pero echarás en falta no tener a quien echarle la culpa por lo que sea, o alguien con quien pelearte, y con tal de desahogarte tendrás que recurrir como yo a las compañías de suministros. Extrañarás no tener encima a alguien que se preocupa por ti y que te recuerda que estás fumando mucho o que deberías cuidarte más; alguien que te piropee y que te diga lo estupendo que te queda ese vestido aunque lo diga sin levantar la vista del periódico. Tendrás que recurrir a tu perro si en medio de la noche estás desvelado y te apetece contarle a otro las nimiedades de tu día. Y cuando los lametones de tu perro te despierten, echarás de menos los besos de buenos días de tu amado.
Estar solo implica un tiempo de conocimiento personal, de aprender a poner límites, de responsabilizarse de tus decisiones y de mejorar tus relaciones interpersonales, y creo que es posible lograr sacarle el lado positivo. Pero cuando tienes que asumir el manejo solitario de tu propia vida, cuesta conservar tu patrimonio tanto financiero como emocional al no contar con una contra réplica diaria que te permita contrastar tu conducta para poder evolucionar. ¿Nadie se ha parado a pensar en el grado de compromiso, determinación, esfuerzo y fortaleza que en realidad requiere estar solo? Es muy difícil ser autosuficiente o independiente y no morir en el intento, y fundamental para ello poder contar con algún amigo que esté en tus mismas circunstancias para lograr mantenerse sereno. De hecho, la sociedad nos arrastra a los desparejados a emparejarnos con otros de alguna forma:
- Ser soltero no desgrava, y conseguir una hipoteca, un préstamo o alquilar una vivienda, es mucho más complicado que hacerlo en pareja. Además, las aseguradoras suelen huir de ellos por considerarlos más arriesgados. Así que o eres Paris Hilton, o ya puedes buscarte a alguien que pueda avalarte.
- Cada vez proliferan más las empresas de ocio cuyo objetivo es facilitarle la vida al colectivo de los singles, pero la realidad es que las ofertas de ocio que promueven se pagan a precio de oro (¿por qué una habitación individual no cuesta la mitad que una doble?) y las opciones de ahorro suponen pasar por el aro de compartir gastos con extraños o amigos. O sea, que mejor tener a quien engañar para que te acompañe.
- Ir a la compra es frustrante porque observas que todo se vende en paquetes familiares o formatos demasiado grandes para uno solo. Para nosotros hacer la compra implica asumir que nos pesará eternamente en la conciencia aquello que aprendimos en el cole cuando queríamos dejarnos algo de comida en el plato y te venían con lo de “¡ay los pobres niños de África!”. Irremediablemente acabamos tirando a la basura aquella comida que no podemos asumir antes de que llegue su fecha de caducidad. Todos los meses a mí me caducan como mínimo el pan de molde, los huevos y el cartón de leche. Y una vez que has hecho la compra, plantéate cocinar para ti solo y estarás condenándote a comer lo mismo durante los próximos cinco días. Si estás cansado de comerte las sobras, más te vale tener algún amigo al que poder invitar o endosar un tupper.
- Tareas rutinarias del hogar como cambiar la funda del edredón uno solo, doblar sábanas, cargar con la compra, intentar arreglar un enchufe sin electrocutarse, salir de la ducha a tientas con los ojos llenos de jabón a por la toalla que te olvidaste o con el culo al aire en busca del papel higiénico que se te pasó reponer, o colgar un cuadro y que te quede recto consiguiendo además que el taladro no traspase la pared; son retos que en compañía parecerían simples tonterías fáciles de acometer, pero que en soledad deberían considerarse deportes de riesgo.
- Si vas a un restaurante solo y no tienes pinta de ejecutivo, lo más probable es que te miren raro y te destinen a la peor mesa, al fondo del restaurante, como si tu condición fuese algo contagioso. Eres forever alone.
- Tendrás que soportar diariamente las miradas compasivas del resto (a no ser que seas monja o misionero), o el estado de alarma que genera en tus allegados lo de llegar a cierta edad y seguir soltero:

Hija, di que sí, que mejor estar solo que mal acompañado, no tienes que rendirle cuentas a nadie, y ya sabes eso que dicen de que el buey solo, bien se lame. Pero tampoco te duermas en los laureles, que ¡te vas a quedar para vestir santos! ¡Se te va a pasar el arroz! ¿Es que no quieres tener hijos? ¿Quién te va a cuidar en la vejez?

¿Hola? ¿En qué quedamos? ¿Es fácil o no estar solo? ¿Es o no deseable? ¿Es grave, doctor?

La soltería no es una regla de medición; como todos tengo mis defectos y manías, y aunque todo influye, el ser "single" no tiene nada que ver con ser mejor o peor persona, ni con ser más o menos atractivo (¿os habéis fijado en la cantidad de truños que hay por el mundo emparejados, mientras tú que eres divin@ te comes los mocos?), ni con los kilos de más o el dinero de tu cuenta. Y conseguir arrejuntarse con éxito no depende de merecerlo o no, ni está necesariamente relacionado con una escala de valores defectuosa por exceso o por defecto, ni tampoco viene determinado por un supuesto destino: simplemente unas veces pasa, y otras no.
En más de una ocasión tuve que aclararle a mi abuela que me gustan los hombres, que no soy lesbiana, ni tampoco una feminista que odia al género masculino; y puntualizar que lo mío no es un problema de inmadurez o de incapacidad para formar vínculos o comprometerme. La cuestión es que el mercado está fatal, y la mayoría de los hombres de mi edad o son gay o ya vienen de tener una pareja y huyen del compromiso. De hecho en estos momentos me debato entre crear una petición en change.org para que se tenga un poquito de consideración hacia mujeres estupendas como yo, y así alguien tenga la bondad de cerrar de una puta vez ya las puertas de los armarios; o directamente cambiarme de acera.
He visto una película que me ha hecho pensar sobre una mejor solución a mi situación. Pero  si acaso lo cuento en otra entrada.