Madrid, 22 de marzo de 2013
(Viernes de Dolores)
Queridos míos,
Aprovecho este momento que tengo libre para escribiros unas líneas y tratar de tranquilizaros. Sé que os enterasteis de lo de mi accidente, ¡si es que las malas noticias vuelan! Pero efectivamente sigo viva. Ya sabéis, mala hierba nunca muere. Y sé que habéis estado muy preocupados; he recibido cada una de vuestras llamadas, mensajes y muestras de afecto, pero hasta ahora, no he tenido ocasión de responderos por varias razones.
Uno de los motivos de no haberos escrito antes, es que estando convaleciente me han dicho que lo que necesito es descansar, ir haciendo poco a poco lo que me pide el cuerpo –que para eso es sabio- y evitar los estreses. Como estoy delicada, no me vienen bien los reproches ni los “ya te lo dije”. Sí, ya sé que me habíais advertido de los peligros de determinados rallyes y de no escoger bien el equipo con el que corro; que no os creáis que vuestros consejos por un oído me entran y por otro me salen, solo que soy mayorcita y también tengo derecho a equivocarme tomando mis propias decisiones. Espero que sigáis respetando esto, y que me sigáis apoyando en cada carrera, animando y recogiendo cada vez que me estrelle. Sé que comprendéis mi pasión. ¡Velocidaaaaad!
Efectivamente me volví a piñar. Volví a ponerme tras el volante y escogí un copiloto estupendo pero que no iba a mi ritmo. Nos perdimos por la zona del Alentejo en un circuito apasionante, tuvimos que zamparnos varias etapas para intentar recuperar nuestro puesto, y lo peor es que elegimos un coche que ninguno de los dos sabía manejar bien. Total, que acabamos teniendo un accidente. En fin, lo de siempre: ya sabéis que yo me emociono enseguida con las carreras y me obsesiono con la meta, pero debería ser menos atolondrada y chequear la carrocería, el equipo, y trazar mejor la ruta para que no me volviera a pasar. Joder, ¡es que era un rally en un Aston Martin por una de las playas más bonitas que he visto! Y cualquiera se resiste, aunque sea a costa de perderse o estrellarse. ¡Que me gusta a mí el riesgo!
El caso es que a consecuencia del accidente pasé un par de días en cuidados intensivos, con lo cual no estaba para llamadas ni nada. Lo siento mucho. Creo que lo pasé fatal, no lo recuerdo muy bien; pero superada la angustia de no saber si iba a salir o no de esta, ahora me mantengo estable y me han pasado a planta, con lo cual ya puedo recibir visitas e incluso salir a tomar un poco el aire. De hecho a ratos me apetece, y los médicos dicen que eso es buena señal.
He estado aislada porque resulta que padezco del virus de la tristeza, y me temo que es contagioso, porque al parecer se transmite sutilmente entre la gente. La tristeza es un virus muy chungo que se propaga quitándole valor al resto de las cosas, y te deja chafado y aletargado porque te quita las ganas de todo y ensombrece el mundo. Como no sé quiénes de vosotros estáis vacunados, me ha parecido prudente no someteros a este riesgo; pero a partir de ahora si queréis verme la cara, ya sabéis: vacunados o con mascarilla, que ya está el mundo bastante pocho como para que nos pongamos todos malitos. Se contagia de forma parecida al de la felicidad, llega así, súbitamente, solo que el de la tristeza deja un poso mayor y cuesta un poco más recuperarse, pero en esas estamos.
Ya sabéis que no soy muy fan de medicarme así porque sí, y de hecho me han dicho los expertos que en este caso es mucho mejor combatir el virus afrontándolo directamente que anestesiándose. Se ve que lo de llorar ayuda a lo de la limpieza del organismo bastante, por lo que he reivindicado mi derecho a estar triste y a seguir este tratamiento que me proponen los médicos de asumir lo que tengo sin drogarme ni esconderlo. Hay una cita de Marcel Proust que dice que “sanamos de un sufrimiento sólo al experimentarlo en su totalidad”. Por eso he rechazado vuestras ofertas de emborracharnos para olvidar y tal. Y por eso no he reaccionado a vuestros mensajes de “¡anímate!” o “¡arriba!”. Estoy reconociendo las heridas, sintiendo de manera consciente cada uno de los efectos del virus, y meditando sobre todos ellos para que los del laboratorio encuentren el antídoto. La enfermera me hace anotar los síntomas cada día, y las buenas noticias son que cada vez son menores, aunque de vez en cuando me sigan dando teleles.
Ya sabéis que no soy muy fan de medicarme así porque sí, y de hecho me han dicho los expertos que en este caso es mucho mejor combatir el virus afrontándolo directamente que anestesiándose. Se ve que lo de llorar ayuda a lo de la limpieza del organismo bastante, por lo que he reivindicado mi derecho a estar triste y a seguir este tratamiento que me proponen los médicos de asumir lo que tengo sin drogarme ni esconderlo. Hay una cita de Marcel Proust que dice que “sanamos de un sufrimiento sólo al experimentarlo en su totalidad”. Por eso he rechazado vuestras ofertas de emborracharnos para olvidar y tal. Y por eso no he reaccionado a vuestros mensajes de “¡anímate!” o “¡arriba!”. Estoy reconociendo las heridas, sintiendo de manera consciente cada uno de los efectos del virus, y meditando sobre todos ellos para que los del laboratorio encuentren el antídoto. La enfermera me hace anotar los síntomas cada día, y las buenas noticias son que cada vez son menores, aunque de vez en cuando me sigan dando teleles.
Estos días me he dedicado a escuchar música triste, a ver películas tristes, y a regodearme un poquito en el dolor, señal inequívoca de que sigo viva. Me parezco mucho a Rob en "Alta Fidelidad", pero como a él, este momento me está sirviendo para reflexionar sobre todo lo que no me ha salido bien en la vida, y estoy dispuesta a buscar soluciones. Lo de la música y las películas tristes no os creáis que es un acto masoquista; sólo que el cerebro ha de ser coherente con lo que siente el resto del cuerpo, y os aseguro que así estando molida, no me apetece nada el merenguito…¡qué coño, ni en mis momentos más exultantes!. El caso, que resulta que las canciones tristes generan en el cerebro la producción de prolactina, que al parecer es una hormona que también segregan las mamás durante la lactancia y que te da una sensación como de consuelo, en plan “ea ea, todo va a ir bien”. Esto me lo ha contado una chica muy maja que está haciendo la residencia en este hospital; así que no es tan raro lo de querer pasearse un rato por el lado oscuro, porque a veces puede ser hasta reconfortante. Por cierto que ya tengo la respuesta a la pregunta que se hacía Rob en el libro (y la película): "¿Escucho música pop porque estoy triste o estoy triste porque escucho música pop?". La culpa es de la prolactina.
Los médicos me han advertido de los peligros de que el virus se reproduzca en mi cuerpo y me atrape convirtiéndose en depresión, porque el muy jodido se retroalimenta de la tristeza que a la vez te demanda; así, como un círculo vicioso. Pero la suerte es que soy fuerte y que ya he pasado por esto, así que esta vez no me voy a dejar vencer. Además, os tengo a vosotros que ya estáis todos ansiosos porque nos volvamos a echar unas risas. Llegará, lo prometo. Y cambiaré las canciones tristes por otras que me den buen rollo, como las de Ocean Colour Scene, ¿os he contado que voy a su concierto dentro de un mes? ¿Lo veis? Ya tengo una ilusión.
Pues eso, que aunque haya estado y siga estando un poco desaparecida, estoy; y todo esto es cuestión de tiempo, así que agradezco infinito vuestra paciencia y os mando muchos besos.
Rita
P.D.: Del copiloto no he vuelto a saber nada, creo que también está pasando por lo suyo. Si le veis o habláis con él, dadle recuerdos de mi parte, mandadle muchos ánimos y le decís que deseo que se ponga bueno pronto. Que no se crea que le guardo ningún rencor, porque el accidente fue culpa de los dos. Y que ojalá podamos algún día aunque sea dar una vuelta en patinete cuando ambos nos hayamos recuperado.